sábado, 18 de diciembre de 2010

Recordando a un tipazo: EMILIO BORLENGHI



Era hermano del ministro del Interior de Perón, Ángel Gabriel Borlenghi, pero brillaba con luz propia; era personal y tenía un atractivo de amistad bien porteño. Lo conocí en el año 1946, yo editando y dirigiendo la revista DESCAMISADA, y él proyectando el diario “El Líder”, que sería el vocero de la Confederación de Empleados de Comercio, apoyando al entonces presidente Juan Domingo Perón.
Yo, con DESCAMISADA estaba instalado en un piso de una casa de dos plantas, en la calle Piedras 708; en la planta baja había un café y como buenos porteños, tomando un cafecito proyectamos unir las dos publicaciones en un mismo lugar, es decir, allí mismo en la planta alta.
Se construyó una amistad, que duró muchos años hasta su muerte. El diario “El Líder” y Emilio Borlenghi estuvieron hasta que el diario, que ya era importante y tenía mucho personal, le resultaba chico el local y se trasladó a la misma sede de la Confederación de Empleados de Comercio. Pero la amistad con Emilio, a pesar de la separación de los medios, se hizo más firme que nunca. Transcurrió un tiempo y el gobierno de entonces nombra a Emilio director del Registro Nacional de las Personas, que había pasado del Ministerio de Ejército al Ministerio del Interior.
Me ofrece un cargo en la repartición que había comenzado a dirigir, y desde ese momento compartimos una vida juntos, y entonces descubrí su verdadera personalidad y la de su hermosa familia, su mujer María Rosa y dos hijos casi adolescentes: Jorge y Diana. María Rosa era una compañera ideal para él, hombre de una actividad asombrosa; me costaba mucho acompañarlo porque era un trabajador incansable; además de las tareas del Registro, él era un activo dirigente gremial, no paraba nunca después del Registro; sus tareas para el gremio y el Partido eran interminables. Yo estaba sorprendido, porque entre tarea y tarea nos hacía practicar deportes y entretenimientos. Era un ejemplo de vida; había formado un equipo de fútbol en la repartición; a veces jugábamos a la madrugada. Cuando reunía varias familias –era muy familiero-  proyectaba cenas y bailes y después truco, era un fanático del truco. No paraba nunca, era increíble, yo me fui acostumbrando a ese ritmo.
Después del truco, a lo mejor a la 1 de la mañana, decía: vamos a hacer un acto peronista, y allí salíamos a cualquier parte, a cualquier esquina de cualquier barrio; llevaba músicos que siempre lo acompañaban, y cantores, y al rato teníamos despierto a todo el barrio, convirtiendo en una gran fiesta la esquina dormida.
Tenía una capacidad de organización que era super humana; hizo los actos peronistas más grandes. Con su capacidad de atracción llenaba, como llenó, la Plaza Constitución o Retiro.
Las tenía todas, era buen orador, tenía su peronismo metido en la piel, en su corazón, en su ropa; era increíble. Yo le acompañaba como podía, porque era muy difícil seguir su ritmo.
Nunca sabíamos qué iba a proyectar para trabajar, o para divertirnos. La mujer, María Rosa, joven, lo acompañaba en todo, también era incansable; en cualquier momento  nos preparaba el morfi, para eso era también inigualable; en los actos de las noches peronistas, yo no sé cómo, pero siempre tenía una rica y sorpresiva comida que nos preparaba en minutos.
Todo fue hermoso en la vida de los argentinos hasta que vino la revolución de los milicos.
Se vivieron momentos dramáticos; durante el bombardeo a Plaza de Mayo, por primera vez lo ví triste y desesperado: una de las hermanas de él, Emita, había desaparecido, no se sabía dónde estaba; la buscamos durante horas entre el humo de las bombas; la gente que corría por todos lados. Por la madrugada la encontramos: estaba tirada como un montón de ropa, una bomba había estallado delante de su auto y lo había destrozado junto con los que estaban adentro. Murió Emita a los pocos días. Yo lo acompañé a Emilio hasta el momento en que lo pusieron preso. A mí me investigaron distintas comisiones  que formaban los milicos para juzgarnos; las llamaban comisiones investigadoras. A Emilio lo culparon hasta de que jugaba al truco; lo metieron preso dos años, pero no lo pudieron parar, los volvió locos a los milicos. En la cárcel hizo un club deportivo y social; unió a los presos políticos y a los delincuentes que estaban en la cárcel y los hizo socios del club.
Menos bailes hizo de todo: campeonato de truco con los otros presos, partidos de fútbol, y hasta proyectó películas convirtiendo en cine un pasillo de la cárcel.
Cuando salió a los dos años retomamos la amistad. En su casa en Vicente López, que tenía un lugarcito, nos reuníamos las familias amigas los fines de semana, y él, que era un administrador inigualable, con su mujer María Rosa, que es un fenómeno –ella vive todavía- nos preparaba unos morfis exquisitos que pagábamos entre todos con monedas.
En todo este relato, que es mínimo comparado con el personaje, me olvidé de una de las satisfacciones más grandes  que tuve en mi oficio de dibujante: me dijo un día: “Quiero que me hagas el afiche del voto femenino que se lo voy a llevar a Evita”. El afiche mío le gustó a Evita y representó al voto femenino en todo el país.
No te voy a olvidar nunca, Emilio.
Germinal Lubrano

1 comentario:

  1. Si un hombre macanudo , lo conocí algunos años y a su señora , gente bueno amable y que hace falta en el pasar de nuestras vidas , como referentes y enseñadores .A su familia un saludo . Eduardo Garcia.

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