Los desaforados que salen con las cacerolas a reclamar
dólares (curiosa asociación de elementos); proclaman un golpe de estado en
nombre de la democracia; aspiran a la muerte de la Presidenta (de la que
no vacilarían en ser partícipes directos); pasean pancartas en las que aparecen
cadáveres de funcionarios del Gobierno con un balazo en la cabeza; y golpean a
periodistas en respuesta a preguntas que estos les hacen en el desempeño de su
profesión, son, sin duda, la punta de lanza de los políticos opositores que
responden al Titiritero mayor.
Son de los que en base a aquella teoría de “a río revuelto,
ganancia de pescadores”, no vacilan ni ante la posibilidad de desencadenar una
guerra civil. Muerte a todo lo que no sea ellos mismos, ni los privilegios de
los que quieren seguir gozando a expensas del resto mayoritario de los
argentinos, es su consigna.
Seguramente añoran lo fácil que les resultó lograr sus
propósitos, a partir del nefasto 24 de marzo de 1976.
Pero otros tiempos son éstos; ya nadie podrá arrogarse el
derecho a proclamar que “las urnas están bien guardadas”. Hoy se llega al Poder
–como nunca debió haber dejado de serlo- por votación popular, y sería bueno
que los políticos títeres (ya sabemos de quién), instigadores de estos
desaforados, a quienes hay que temer más por su ignorancia que por su capacidad
de influir en un proceso democrático, recuerden que en 1983, Herminio Iglesias
le hizo perder la elección presidencial a su correligionario Ítalo Luder ante
su contrincante Raúl Alfonsín, por la desafortunada idea del primero, de quemar
públicamente un ataúd que simbolizaba a la U.C.R.